Tocando mi Memoria y Ordenando la Vida
- Liliana Herrera González
- Feb, 11, 2019
- Blog, Psicología, Relatos
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ES PROBABLE QUE ESTA HISTORIA NO TE SORPRENDA, AL MENOS EN EL PAÍS ES FRECUENTE, SIN EMBARGO, UN ASPECTO DE SER RESILIENTE ES CONTAR TU HISTORIA DE VIDA, CON FORTALEZA Y EMPODERAMIENTO.
Mi historia de violencia familiar empezó desde antes de que yo naciera.
Mi mamá a los dieciocho años sufrió un secuestro que duró dos meses, su raptor la violó y ejerció todo tipo de violencia, se impuso como pareja para no ser denunciado, regresó con mi madre a la Ciudad de México cuando ella ya tenía un mes de embarazo, esta carga psicológica y corporal se extendió dieciséis años (la edad de mi hermana mayor en aquel entonces), ese hombre fue “mi padre”. Mi mamá tomó la decisión de no denunciar, de no pedir ayuda, porque no se sentía segura, tenía miedo de sentirse juzgada por la sociedad, por su familia, por su entorno inmediato. Cuando tuve uso de razón, fui aprendiendo que las humillaciones, las amenazas, el soborno, el chantaje, los golpes y el control eran parte de la vida cotidiana. Crecí creyendo que el poder debía ser ejercido por un hombre, que cada día era una prueba, donde mi hermano, mi hermana, mi mamá y yo debíamos estar en función y a los pies de un verdugo.

Esta narración podría ser tan extensa como duró, sin embargo, me parece pertinente compartirles algunas vivencias que se repitieron durante los doce años de mi vida con él. Un día alegre para “mi padre”, era humillar a sus hijas e hijo, exponiéndonos a los ojos de los demás, ejercía su poder al obligarnos a comer lo mismo que él, la misma cantidad de picante y alimento, si desistías a su petición, recibías una cachetada, un cinturonazo o un insulto que era escuchado por todos los vecinos. Hubo múltiples ocasiones que observe aterrada, la forma brutal en la que él golpeaba a mi hermana y a mi hermano, recuerdo que no se detenía hasta que sus sollozos se perdían en el dolor, haciendo uso del sentido común, él los “privaba”. Durante mi niñez fui su mano derecha, es decir, yo era la encargada de ir por sus cigarros, cervezas, llevarlo a la cama cuando se emborrachaba o ser un depósito de sus anécdotas de infidelidad. Si se preguntan qué pensaba mi mamá o que hacía ella mientras él “jugaba con violencia”, estaba trabajando, ella era prácticamente el sostén del hogar, llegaba tarde a la casa siempre preguntando ¿cómo estábamos?, después de muchos años, aproximadamente quince años después de que él abandonó el hogar, mi querida madre se enteró que nosotros respondíamos con un “bien”, porque estábamos amenazados.
Incluso, ni dormidos podíamos descansar, teníamos terrores nocturnos, ya que él no perdía oportunidad alguna para disfrazarse, esconderse, o planear alguna acción para asustarnos, si llorabas o te enojabas, él sencillamente se burlaba o te hacía sentir ridícula (o) por quejarte. Era humillante verlo entrar al salón de clases con cinturón en mano, cuando era entrega de calificaciones. Si queríamos salir de casa para jugar con amigos debíamos escapar de sus golpes, para que me entiendan mejor, él tomaba un trapo o toalla y lo lanzaba con toda su fuerza hacía nuestro cuerpo, de igual manera si querías entrar a la casa tenías que esquivarlo, durante su conducta violenta él reía a carcajadas.
Mi pubertad y la adolescencia de mis hermanos
Mi “padre” nos controlaba los círculos sociales, si alguien llamaba a la casa esa persona no volvía a hacerlo, ya que “mi padre” llegaba a incomodar con preguntas persecutorias, era tan violento que ningún vecino se atrevía a acercarse para sensibilizarlo y buscar conciencia de todo el daño que nos iba ocasionando. Las pocas veces que recuerdo un intento de “paseo en domingo”, terminaba arruinado por su celotipia hacía mi madre, más tardábamos en salir de casa que en regresar para escuchar y ver con temor las amenazas y la violencia física ejecutada hacía mi mamá.

En una de las tantas separaciones que tuvieron, se dio aparentemente de forma “armónica”, sin embargo, después de unos meses, él ingresó por la fuerza a nuestro hogar tratando de “descubrir una posible infidelidad por parte de mi madre”, al ver frustrada su imaginación, violentó físicamente a mi madre, esto fue un evento traumático para mis hermanos y mi familia cercana, finalizamos por estar en convivencia con él en el DIF, después de un tiempo, él convenció a mi mamá de que ya “había cambiado” y que todo mejoraría, no me gusta utilizar esta palabra absolutista, pero en este caso aplica “nunca cambió nada”.
Después de su partida sin retorno, sentí que era necesario proteger a mi familia, por lo tanto comencé por ser “la fuerte emocionalmente”, me aferré a mostrarme fría y lloraba en silencio; por supuesto, que al paso de los años esto me traería secuelas internas y en mis relaciones con los (as) demás. Sin embargo, esa lectura interna me decía que estaríamos mucho mejor, a esa edad no sabía con claridad cómo podríamos hacerlo, pero me sentía aliviada. Aunque suene extraño, después de su partida mis hermanos y yo subimos de calificaciones y por primera vez sentíamos que respirábamos libremente.
Jamás me sentí desdichada o avergonzada por haber tenido un “papá” así y haber vivido violencia sistemáticamente, creía que debía enfocarme en no olvidar lo que sucedió para tomar fuerza y salir adelante, después en la vida adulta entendí que de forma innata implemente un cambio de pregunta del ¿por qué a mí? a ¿para qué a mí?, esto cambia la respuesta y no es gratitud con lo vivido es transformación. Tenía la convicción de que el malestar acumulado en mi interior en algún momento iba a salir expulsado en palabras y acciones, a veces recurría a tocar el tema con mis hermanos y buscaba escucharlos, quizás con la finalidad de acomodar también lo que ellos vivieron y darle sentido a lo que se quedó anclado como dolor. Mi mamá y todos, fuimos apoyados económicamente por familiares cercanos, al paso de los años mi madre logró tener un puesto mejor, no es que ganara más, sólo era más digno, eso le ayudó a su seguridad y un poco más a su estabilidad emocional.
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A los catorce años comencé a trabajar
Sabía que podía aportar simbólicamente algo de dinero para que no faltáramos a clases, de ahí en adelante no dejé de tener diferentes empleos formales e informales, en cada uno encontré personas valiosas y que me dejaron algo de aprendizaje, desde siempre he pensado que la socialización y la cercanía con las personas te hace la vida más ligera. Saliendo de la preparatoria me aventuré en las montañas de Guerrero, ahí hice junto con otras compañeras y compañeros trabajo comunitario, estuve durante dos años en ese proyecto, observé la cosmovisión de su cultura y entendí que la violencia no tiene límites geográficos, hicimos trabajo en conjunto con mujeres de la comunidad, me di cuenta de la importancia de escuchar las necesidades de las demás mujeres, también anclé que cuando se trabaja en equipo en una red de apoyo una sale más fortalecida y acompañada.

A los 22 años, después de un par de intentos fallidos pero donde no desistí, por fin ingresé a la Universidad, en la UNAM. Sabía que en mi labor de estudiante también tenía un compromiso social, por eso, a lo largo de los cuatro años y medio de mi carrera, trabajé con un equipo de colegas donde hacíamos representaciones y conferencias de temáticas como la violencia, la injusticia política, de resiliencia, en varias ocasiones logramos traer invitados para que compartieran sus experiencias. A pesar de que me sentía fuerte en esos momentos, era tiempo de mirar mi interior y escucharme. Decidí no cargar más con el rol de “fuerte” o “protectora”, que había elegido desde pequeña, ya me había cansado y sentía que era una carga innecesaria, mis hermanos ya eran adultos y mi mamá me había enseñado su metamorfosis a una mujer segura y resiliente.
La violencia no tiene límites geográficos Click To TweetComencé por hacer una introspección de las secuelas y la repercusión en mi vida cotidiana, aunque mis hermanos y yo constantemente reíamos del pasado y sabíamos con toda claridad que eso que vivimos fue un acto de poder, no se debía quedar en una lectura. Emprendí la búsqueda de talleres y cursos reflexivos-vivenciales, que me ayudaran a desmenuzar mi interior, es así como entre y salí de psicodramas que me hicieron recordar que no es malo que la gente te vea llorar, que exteriorizar las experiencias que has tenido con un grupo de personas que van a escucharte puede ser tan sanador y enriquecedor para el alma, aprendí a decir lo que siento sin sentirme culpable, a que cada emoción es importante darle la bienvenida y después acompañarla para despedirla, a que puedo reencontrarme conmigo misma y hacer un contrato de buentrato, llevarlo a cabo y mantenerlo. Teniendo ya una plataforma de quien era yo y hacía donde me dirigía, era importante trabajar con lo que no deseaba tener, es así que busqué estar en terapia, mi proceso terapéutico me hizo crecer aún más, descubrí mis propios recursos para ponerlos en práctica y seguir sanando.

Mi desarrollo personal y profesional
Agradezco a las personas clave que me dieron contención, afecto, reflejo, escucha, motivación y orientación. Es difícil dar ejemplos brevemente, pero empezaré por nombrar a mi mamá, ella ha sido la mejor compañera de mi vida, nos demostró a mis hermanos y a mí, que se puede ser resiliente, que puedes vencer las adversidades y tomar el camino de la transformación, desde siempre nos ha dejado huellas de aprendizaje para que cada día seamos mejores seres humanos, nos dio afecto cuando más lo necesitábamos, nunca ha perdido el sentido del humor aun en escenarios difíciles, cuando nos hemos sentido inseguras ella nos da las palabras exactas para no olvidar nuestra esencia, nos enseñó a perdonar y a saber que una vida no es placentera si cargamos rencores, ella hizo las paces con su pasado. Mis abuelos que ya fallecieron fueron personas que me guiaron, influyeron en mi aguerrida manera de ser, en mi búsqueda por hacer justicia y en entender que la vida puede verse con creatividad aun en las circunstancias más infortunadas, finalmente el acompañamiento familiar ha sido de gran ayuda, ya que los encuentros son espacios de inclusión y respeto. Tener amigos y amigas en este proceso de vida ha sido satisfactorio, ya que los pares muchas veces le han puesto nombre a las cosas que me fueron difíciles de aceptar o en su momento cambiar y sin duda su compañía como apoyo incondicional fue lo que me ha favorecido. Las maestras que fueron mis sinodales en mi examen profesional, fueron mis aliadas en mi proceso de aprendizaje y crecimiento, siempre se mantuvieron como observadoras y orientadoras en mi búsqueda, he estado agradecida con ellas desde entonces. Mi pareja es una persona que me invita a seguir creciendo juntos, festeja mis triunfos y me acompaña en estas transformaciones, es alguien que ha abrazado mi historia de vida y me ha tomado de la mano para caminar desde el buentrato.
Me parece que en la medida en que una comparte su conocimiento y experiencia algo de nosotras va quedándose en las personas, mi fortaleza y transformación fue vista por mucha gente valiosa para mí, siento y sé que he sido una motivación para mis hermanos y personas en general. En mi profesión, he trabajado con bastantes usuarias donde han sido víctimas de violencia intrafamiliar, de violencia en la pareja, donde han vivido control y han sido humilladas, entre otras cosas más, sé que finalmente he influido para que ellas puedan ir encontrando desde sus recursos las diferentes estrategias para salir fortalecidas, facilito información precisa, aunque no hable de mi historia de vida con las mujeres que vienen a verme, sé que estamos en la lucha y que mi acompañamiento en sus procesos es importante. Actualmente estoy interesada en dar talleres a mujeres para trabajar en la sanación corporal y psicológica.
Es crucial no culparnos por lo que hemos vivido, muchas veces la sociedad manda mensajes opuestos que nos duelen o nos arraigan en la pregunta ¿por qué a mí?, esto atora y no permite mirar desde otro lugar las posibilidades de cambio y crecimiento, hay que replantearnos estas formas de vida que nos han traído secuelas en nuestra autoestima, en nuestros cuerpos con marcas de violencia física y simbólica. Si algo me ha funcionado, es fortalecer mis redes de apoyo, esto es tener personas con las que una pueda contar, que sean una red de acompañamiento y solidaridad, es vital creer que buscar ayuda es una gran ventaja para nuestras vidas. Recomendaría mucho que se acercaran a un profesional para que inicien y pongan en práctica el autocuidado y escucha propia, también es importante que se acerquen a museos, Instituciones y organizaciones que trabajan por la igualdad de género, que sean lugares comprometidos con el combate a la violencia y opresión hacia la mujer, muchos de estos espacios abren constantemente convocatorias a talleres o cursos gratuitos y con fácil acceso. Somos personas que podemos deconstruir todo lo que nos daña, apostemos a reconstruir nuestras vidas y el entorno, apostémosle a que podemos reponernos de las adversidades, formemos vínculos afectivos sanos, y eduquemos desde la paz y con perspectiva de género.

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